Durante el pasado confinamiento tuve la oportunidad de asistir, telemáticamente como no podía ser de otro modo, a numerosos debates, conferencias, ponencias… relacionados con el diseño de la que será la nueva vivienda post-covid.

Y es que esta pandemia, que ha removido formas de vida y conciencias, que ha afectado a nuestra salud colectiva y a nuestra forma de relacionarnos, no podía dejar de afectar a la percepción que tenemos de nuestras propias viviendas.

Los domicilios se volvieron a convertir, como en la prehistoria, en un refugio para protegernos frente a una amenaza exterior. “Con una naturaleza confortable, la humanidad no hubiera inventado nunca la arquitectura”, decía Oscar Wilde.

Hay que reconocer que el Covid nos ha obligado a dirigir una nueva mirada hacia ese espacio que constituye nuestro hogar, y, en el sentido más crítico, a analizar sus fortalezas y carencias, a lo que, la mayoría de los ciudadanos, hemos reaccionado potenciando las primeras y minimizando las últimas.

Es innegable que nuestra cultura y nuestro clima nos invitan a sociabilizar y realizar la mayor parte de nuestras actividades fuera de nuestras casas, de modo que, para gran parte de nosotros, y en especial para la mayoría de los jóvenes, éstas constituyen un espacio que, a modo de hotel, nos acoge en aquellos periodos que no podemos permanecer fuera de él.

Y de repente, llegó el Covid, y con él la necesidad de usar y rediseñar ese espacio habitable, aunque extraño e, incluso, hostil, para alguno de sus usuarios. Una nueva mirada se hizo necesaria para entender y recuperar su valor de refugio, al convertirse, obligatoriamente, en el único espacio de ocio, trabajo, familia y comunicación con el que contábamos.

Y mientras los profesionales del sector, seguimos debatiendo sobre espacios flexibles, áreas de relación, necesidades de ventilación y soleamiento, obligatoriedad de terraza o balcón… de lo que será el nuevo concepto de vivienda post-covid, la realidad es que los usuarios hemos hecho el esfuerzo de hacer apto y amable ese espacio del que cada uno disponíamos.

Zonas de comedor convertidas en zonas de trabajo y/o estudio, dormitorios y pasillos acondicionados como zona de ejercicio físico, cocinas, usadas como nunca, convertidas en zonas de ocio y relación entre familiares…

Pero los cambios no sólo se produjeron en el espacio físico: Por necesidad hemos tenido que establecer conductas de colaboración, orden, disciplina, repetición de hábitos y reparto de tareas, porque siendo el lugar donde desarrollar, durante el confinamiento, nuestra libertad personal, también lo era para desarrollar la de nuestros convivientes.

En la mayoría de los casos hemos aprendido a renunciar a cierto tipo de egoísmo, a conocer nuestros propios sentimientos, a hacernos cargo de nuestras responsabilidades, a cultivar y disfrutar las relaciones familiares, a resolver pacíficamente los conflictos y, en definitiva, a mejorar nuestras conductas.

La pandemia nos ha hecho entender que, nuestra vivienda, independiente de su tamaño y características, ha sido, y continúa siendo, nuestro más preciado refugio y el de nuestra familia.

Cuando en 1943 William J. Benett, analista político estadounidense, dijo que “el hogar es un refugio contra todo tipo de tormentas”, no podía imaginar que, casi 80 años más tarde, también lo sería para la tormenta del COVID.

 

Carmen Albalá

arquitecto

 

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