Zapatos a ritmo de vértigo acompañan día a día mi camino al trabajo. Todos tienen prisa, yo también.

Pero no me interesa lo que ocurre en el suelo gris, prefiero mirar las altísimas torres de la Plaza de España que pelean por acariciar el azul intenso del cielo, o esa fuente que refresca los recuerdos de la antigua fábrica de tabaco o la Catedral que me invita cada mañana a entrar y contemplar una belleza sublime, iluminada de tal forma que he de dejar allí un trocito de mi corazón que recogeré, si se deja, a la vuelta.

Voy a trabajar. A esa actividad medio creativa medio de números, de gente, de cariño, de conversación en la que mientras vendes un traje o un camisón das una receta de cocina o aconsejas sobre los mil tejemanejes que las mujeres nos traemos entre manos día a día. Mis clientas son mujeres, muchas ya amigas, todas diferentes y de ellas aprendo algo cada día.

Siempre tengo papeles esparcidos por las mesas con bocetos de volantes, faldas o mangas para la colección de la temporada. Y tejidos de colores que dejo reposar esperando que me hablen y me digan que juntos van bien. Todo lo que imagino va a taller y luego a esperar el resultado.

Me gusta mi trabajo y mi mayor ilusión es hacerlo mejor cada día. Soy perfeccionista y disfruto con las cosas bien hechas. Actualmente en el mundo de la moda prima la rapidez y el precio en detrimento de la calidad. Mi reto es producir rentable siendo justa con quien trabaja para mí. Y hacerlo bonito y bien. Algo difícil. Pero difíciles son las cosas interesantes. ¿No?

 

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